Artículo de Luis Fernando Martín García, guardia civil
De todos es conocido el episodio de la manifestación de guardias civiles y policías el 17 de diciembre de 1976 en Madrid. Eran los años de la transición de la dictadura a la democracia, de los grandes cambios políticos y sociales, y guardias civiles y policías creían que también había llegado su momento, pero esa ansiada democracia se quedó en las puertas de los cuarteles. Se reivindicaban subidas salariales, Seguridad Social (sí, los miembros del Cuerpo que no vivieran en ciudades con hospital miltiar estaban desasistidos de seguro médico, tenían que mendigar la asistencia sanitaria rural y no ser considerados como soldados,sino como agentes del orden.
La respuesta no se hizo esperar: 200 detenidos, 50 expulsados, consejos de guerra, traslados forzosos para decenas de agentes que participaron en los hechos. En muchas unidades, y en concreto en el cuartel de Batalla del Salado en Madrid, donde se fraguó la protesta, se prohibió hacer cualquier tipo de comentario en apoyo a los detenidos y sobre los motivos de la manifestación, lo que costó mas de un arresto. Algunos años después parte de los expulsados reingresaron tras ganar los contenciosos administrativos pertinentes. Eso sí, los objetivos se cumplieron en parte: poco después se integró a todos en la Seguridad Social, y hubo una sustancial subida salarial para todos, aunque unos cuantos guardias valientes pagaran un alto precio por su osadía.
En los archivos de prensa de la época se encuentran los nombres de los que sufrieron el consejo de guerra: Diego Artero Jiménez, Francisco García Hidalgo, José García Macías y José Luis Pérez Pérez-Gutiérrez. Fueron los encargados de redactar junto a los compañeros de la policía el manifiesto y la tabla reivindicativa, y ser voluntarios para representar a sus compañeros ante el entonces Ministerio de la Gobernación.
Este acontecimiento fue reflejado por la revista Cambio 16 en su número 264 de fecha 27 de Diciembre de 1976, se ocupaba del relato de esta manifestación y un análisis de sus causas y consecuencias. En un apartado del reportaje se incluyen las declaraciones de un guardia civil destinado en la 1ª Comandancia Móvil de la madrileña calle Batalla del Salado. Lo que destaca de este impactante y estremecedor documento es que no se trataba únicamente de reivindicaciones profesionales, también del papel que jugaban los cuerpos policiales en la conflictiva sociedad de la época, y una amarga reflexión sobre el ser y el sentir de aquellos guardias civiles. Reproduzco estas declaraciones, que el periodista titulaba como:
CONFESIONES DE UN GUARDIA CIVIL
"Los incidentes del viernes frente al Ministerio de la Gobernación no son casuales. El hecho de que nos concentráramos allí mas de setecientos agentes del Orden Público es el resultado lógico del ambiente que en estos momentos se respira en los cuarteles. No queremos ser ya más un simple instrumento de represión, no queremos que se nos utilice continuamente contra nuestro pueblo, nosotros somos parte de él". Inquieto, nervioso, el guardia civil que habla con un redactor de esta revista en un céntrico bar de Madrid mira a todas partes antes de iniciar cada frase. Es joven, de unos veinticuatro años, y está destinado en la Unidad Móvil de la Guardia Civil de la calle Batalla del Salado de Madrid.
"Las reivindicaciones económicas han servido como detonante para plantear y hacer llegar a la opinión pública nuestro auténtico problema de marginados sociales. La imagen que de nosotros tiene la gente la comprendemos y justificamos hasta cierto punto. Hemos llegado a un extremo que, tanto para la gente como para nuestros superiores, nosotros no representamos más que una máquina represiva. Este es el auténtico problema que se esconde bajo las reivindicaciones económicas, justas también". El guardia civil calla cada vez que se acerca un camarero o cualquier otra persona. "Yo sé que estoy faltando al reglamento diciéndole a usted estas cosas, pero no sabe cuánto necesitamos hacer llegar a la opinión pública nuestras inquietudes. Hay un sector de compañeros que piensa que son problemas internos y no deben salir de nuestros cuarteles, pero yo creo que no es así". Por varias veces medita, susurrando, y mientras bebe su "gin tonic" afirma que a él le gustaría más llamarse agente del orden que policía a secas. Cuando salió de la Escuela, firmó un contrato por tres años. Tan solo le faltan meses para que termine. "Muchos de nosotros, particularmente los que tienen un nivel cultural aceptable o los que desconocían tremendo y doloroso que es pertenecer a cualquier cuerpo de policía, abandonan al finalizar este contrato mínimo de tres años pero yo sé que tengo verdadera vocación: yo no me quiero ir, yo quiero reformar esto por eso ahora estoy aquí con usted".
El joven guardia civil es natural de un pequeño pueblo de una provincia castellana. Cobra actualmente 23.000 pesetas, mas trescientas pesetas de dieta cada vez que sale fuera. No tiene Seguridad Social. Si le sucediera algún accidente fuera del servicio y quedara inútil, le quedarían menos de 7.000 pesetas mensuales de pensión. Del sueldo debe descontar, por vivir en régimen interno y militar, los gastos de limpieza, de luz, etc. Está obligado a asistir a las comidas, y los días de descanso, todos los días impares, excepto contraorden, debe regresar al cuartel antes de las diez y media de la noche. Repite una y varias veces que él no quiere abandonar su profesión, sino mejorarla, adecuarla a la nueva situación política y social.
El guardia, en su subconsciente, tiene aversión y miedo a su superior. "Los enchufes y las recomendaciones también influyen para crear una atmósfera enrarecida y de desconfianza entre nosotros. Somos tratados como niños o robots. Tenemos una responsabilidad tremenda a la hora de realizar los servicios, pero luego, en nuestra vida de internado, nos tratan como a niños, como a seres irresponsables que tienen que estar continuamente bajo control. Este es un problema general y tremendo para nosotros".
Uno de los aspectos básicos que según él deben ser radicalmente rectificados es el de la educación e instrucción de los policías. "De las academias salimos odiando a todo el mundo. Sufrimos un tremendo lavado de cerebro y nos crean una visión muy distinta de la realidad. Por eso, muchos compañeros prefieren estar aguantando dentro del cuerpo que salirse, porque saben que de abandonarlo, y debido a la educación que se recibe, resulta muy difícil incorporarse a la vida civil."
Ellos fueron los que abrieron camino en el difícil proceso de la lucha por la libertad y dignidad de los guardias civiles. La represión sobre los que participaron en el movimiento reivindicativo fue atroz, allí donde llegaron los trasladados forzosos se les señalaba y se hacía la vida difícil, para que sirviera de ejemplo y advertencia lo que les ocurriría a los que osasen solicitar mejoras profesionales. Esto hizo que el movimiento reivindicativo estuviera paralizado unos años, pero semilla estaba plantada. A partir de 1982, tras la histórica victoria electoral socialista, la ilusión del cambio llegó a muchos guardias civiles, y surgieron los primeros sindicatos en la clandestinidad: USGC, SPGC y poco después el histórico SUGC. La ilusión se tornó en desilusión, la respuesta fue de nuevo la represión, cárceles, psiquiátricos y expulsiones, sin ningún atisbo de diálogo. Se intentó la vía de las asociaciones profesionales, pero tampoco la UDGC pudo legalizarse. En 1994 al fin se legaliza la asociación COPROPER-6J, que tras una meritoria lucha por el reconocimiento del asociacionismo profesional en la Guardia Civil se convierte en AUGC. Luego vinieron las demás.
Han pasado 40 años. Vaya desde aquí el reconocimiento, el respeto, el agradecimiento a Diego, José, Francisco , José Luis y demás compañeros que protagonizaron aquel inolvidable día. Forman parte de la historia de la Guardia Civil, de la de los guardias civiles.