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Los cambios normalmente son buenos, pero si hablamos de la Guardia Civil personalmente siempre tengo mis reservas más que nada porque la historia ha demostrado que lo que se espera con ilusión y ganas normalmente ha resultado un fiasco de tres pares de narices. De esto algo sabemos los que desde hace ya muchos años pertenecemos a esta ilustre institución y a mí ya me pintan algunas canas. Claro que cada uno lo puede ver desde un prisma diferente, pero cuando coincidimos en ello miles de guardias civiles algo de razón habrá.
Mucha gente habla de la Guardia Civil con demasiada alegría, que no es malo, pero desde luego no con mucho conocimiento y mucho menos todavía a nivel interno. La cara bonita hacia el exterior (para la mayoría, que no para los chorizos ya sean de guante blanco, con navaja o pistola de gran calibre que es lo que prima hoy en día) es una imagen benefactora y no represora (que lo es por mandato legal y constitucional, si no los malos camparían a sus anchas más todavía) y por eso se la conoce y reconoce como Benemérita. Hasta ahí todo bien. El problema viene de puertas para adentro y, como bien dice el refranero español, en todas las casas cuecen habas, y en la mía, calderadas.
Después de 175 años de historia va a suceder algo único hasta la fecha en la institución: una mujer, María Gámez, andaluza y malagueña de pro, va a dirigir un cuerpo policial de naturaleza militar (yo todavía lo sigo poniendo en duda, pero hoy no entro en esa lid) fuertemente jerarquizado y mayoritariamente masculinizado (de casi 77.000 guardias civiles hoy en día, escasamente el 7% son mujeres). Antes hubo otros acontecimientos importantes también: en el año 1986 por primera vez en la historia es nombrado director general de la Guardia Civil un civil, un tal Roldán, designado igualmente por un Gobierno socialista, que resultó ser un ladronzuelo con labia y mano larga de ingrato recuerdo. La trayectoria en ese puesto directivo desde entonces ha sido la de nombrar personas civiles, a excepción de un general del Ejército del Aire que sobrevoló su despacho madrileño con más pena que gloria, como casi el resto por desgracia, con alguna excepción curiosamente designado por un partido de derechas, hasta llegar al actualmente cesado Félix Azón, que, este sí, ha resultado ser por méritos propios casi el peor director de todos los tiempos, y los ha habido francamente malos.
Es una desdicha que acompaña a los guardias civiles la de tener personas al frente sin ideas, sin ganas, pero con una empatía de tomo y lomo con la cúpula militarista que al final son los que mandan. Y eso se plasma en una gestión para los de abajo, para los guardias civiles que trabajan en la calle, los que patrullan las calles y carreteras, los que investigan sin descanso, los que guardan las costas y rescatan en las montañas, los que se sumergen en las peores aguas; en fin, quienes día a día velan por la seguridad de todos los ciudadanos, quienes ven constantemente que los altos mandos de la dirección general y el máximo responsable hacen caso omiso a las demandas y reclamaciones a través de los representantes de los guardias civiles en el Consejo de la Guardia Civil.
La mayoría de las demandas son derechos, algunos conquistados a base de muchos esfuerzos y a costa de muchas sanciones disciplinarias que han arrastrado no sólo al guardia civil, sino a sus familias a situaciones extraordinarias y sin sentido como destierros (ceses en los destinos).
Las cuestiones económicas tampoco son para tirar cohetes a pesar de haberse conseguido a través de las asociaciones profesionales un proceso de equiparación salarial que está por cumplirse en su totalidad. Pero, como decía al principio, todo lo que es novedoso y esto es lo máximo que se puede aspirar en la Guardia Civil es la llegada de una mujer, por lo que se sabe preparada, con conocimiento y sobre todo con ganas. Siendo subdelegada del Gobierno en Málaga ha tenido la oportunidad de conocer de primera mano la problemática tanto delincuencial como de los graves problemas sociolaborales que atraviesan los guardias civiles en su día a día gracias a reuniones con la asociación profesional AUGC, a la que pertenezco.
Por todo ello, los guardias civiles en general estamos ilusionados, pero no nos queremos parecer a los ilusos e incautos ciudadanos reflejados en la magnífica película 'Bienvenido Mr. Marshall', del gran Luis García Berlanga, quienes creían ver en el plan Marshall la realización de sus sueños. Esperemos que no pase de largo como en esa gran película el tren de las reformas necesarias para de una vez por todas la Guardia Civil enfile el siglo XXI y sea usted el faro que guíe a buen puerto la nave de los derechos para los guardias civiles y uno de ellos pasa irremediablemente por el derecho a la sindicación. No dude en arremangarse y preguntar a quienes saben de esto, que muchas veces están en las bases. Bienvenida, Mrs. Gámez.